¿Qué es la regeneración exactamente? Simon Constantine, jefe de compras, reflexiona sobre las raíces del premio Lush Spring Prize y cuenta la historia de cómo la sostenibilidad se convirtió en algo mucho más grande para Lush.

Todo empezó con una pregunta: ¿Y si la sostenibilidad no fuera suficiente?

Eso es lo que se me vino a la mente cuando regresé al Reino Unido, después de visitar Sumatra, Indonesia. Allí pude ver el impacto del aceite de palma, una planta no nativa que se usa para todo: desde los dulces hasta la gasolina. Un árbol milagroso, si no fuera porque para plantarlo hay que arrasar el bosque virgen.

En Singapur asistí a una conferencia que celebró la Mesa Redonda sobre Aceite de Palma Sostenible (RSPO, por sus siglas en inglés), una organización que agrupa empresas y asociaciones sin ánimo de lucro que debaten sobre cómo hacer la palma sostenible y me sentí completamente decepcionado.

He visto con mis propios ojos el impacto que tiene esta palmera sobre el paisaje, la inconcebible cantidad de tierra que se erosiona y se quema para plantar hileras ordenadas de palma, que sustituyen a la selva nativa, donde antes había especies raras de aves, como los cálaos; también, los árboles más biodiversos del planeta, que ahora han desaparecido y con ellos, los elefantes y rinocerontes salvajes que buscaban comida debajo; así como los orangutanes, que ya no saltan de rama en rama. Los cultivos de palma de un solo uso ocupan ahora este paisaje.

Si a ese panorama se le podía llamar “sostenible” entonces estaba claro que lo íbamos a perder todo. Así que algo empezó a crecer en mi mente.

Por supuesto, es fácil tomar esa postura desde un país, una industria y un punto de vista privilegiados. Por eso, y casi de inmediato, comencé a escuchar los desplantes: «Pero eres del Reino Unido, allí cortáis los bosques para vuestro propio beneficio y ahora nos estáis impidiendo hacer lo mismo» o «trabajas en un negocio, sabes que no es tan simple, necesitamos ganar dinero”.

Durante algún tiempo, estos comentarios me paralizaban: ¿Quién era yo para juzgar las acciones de otros y su forma de vida? O, como papá (Mark Constantine, cofundador de Lush) siempre dice: “Nunca rompas el bol de arroz de otra persona”, así que decidí entender la situación lo mejor posible y aprender sobre la marcha.

No sabría decir con qué experiencia he aprendido más. Puede que haya sido el hecho de conocer a las personas que viven en el abrasador Sahara, en el norte de Ghana o en el sur de Marruecos, debido al cambio climático; presenciar la tala ilegal de árboles en la Amazonía peruana; o escuchar el impacto que tiene la colonización en las personas indígenas de Australia y Canadá. Una lista que sigue y sigue.

Un buen día conocí a un amigo que lo cambió todo, Paulo Mellett. Llegó a la empresa a través del amor y la pasión, y aquí conoció a la que pronto se convertiría en su esposa, Ruth. Con algunas cicatrices de guerra, acababa de salir del campamento de guerreros ecológicos, donde Greenpeace lo había entrenado para escalar centrales eléctricas de carbón.

En la cima de su carrera como activista, Paulo apareció en la portada de un periódico nacional, ondeando una bandera sobre las Casas del Parlamento de Londres. Era una persona carismática por naturaleza (tal y como lo imaginas) y tenía un gancho que no lo tenía nadie.

Paulo fue bastante claro sobre una cosa: el activismo nunca iba a cambiar el mundo sin un factor clave y, para explicarlo, citó a Buckminster Fuller: «Para hacer que el sistema se quede obsoleto, hay que reemplazarlo por uno nuevo».

A partir de ahí, dejó las acciones directas y se centró en construir soluciones, en vez de luchar contra los problemas.

Paulo se enfocó entonces en la permacultura, un movimiento que nació en 1970, década en la que se produjo el despertar de la conciencia ecológica mundial. Dos australianos decidieron fusionar sus conocimientos con el saber local, la ciencia moderna y la agricultura para crear una ciencia llamada agricultura permanente.

La permacultura ha sufrido muchas reinvenciones, pero en el fondo se trata de un manual de diseño que explica cómo aprovechar el poder y los patrones de la naturaleza en beneficio de la agricultura; así, es posible conseguir un uso mucho más sensato de los recursos de la Tierra. Esta ciencia que fue una unión de lo antiguo y lo moderno, nació con la observación. Así es como me lo vendió Paulo, con quien me embarqué en un viaje de descubrimiento poco después; solía llamarme su facilitador.

Juntos reunimos una pequeña cantidad de dinero para poder buscar y financiar a aquellos que querían vivir con la naturaleza, y no solo de ella. El proyecto era idealista y los primeros años fueron emocionantes, ya que creamos el fondo Sustainable Lush (SLush). Sin embargo, una vez más, habíamos caído en la trampa de usar el término «sostenibilidad», cuando en realidad asistíamos a la restauración y regeneración de los sistemas ecológicos y sociales, lo que se traducía en una mayor prosperidad para todos. Satish Kumar, ecologista y editor de la revista Resurgence, solía describir la regeneración como:

Un juego armónico de “tierra, alma y sociedad” (Soil, Soul and Society), que se entrelazan para crear un futuro equilibrado.

Mientras Paulo y yo continuábamos explorando SLush, comprobé de primera mano que con el uso adecuado de la tierra, incluso los ríos al borde de la sequía pueden recuperarse, solo hay que plantar, de forma cuidadosa, árboles nativos (que estabilizan las riberas y ralentizan la liberación de agua a las corrientes). También vi que plantando cultivos de manera que se respete la naturaleza, te beneficias de lo mismo que hace un bosque; y, más allá de conseguir temperaturas y precipitaciones uniformes, estás poniendo los cimientos de la fertilidad y la biodiversidad.

He visto bosques que producen más alimento que una cosecha solitaria cocinándose bajo el sol. Por supuesto, todo fue un proyecto experimental y no todo lo que Paulo y yo esperábamos que pasase se hizo (o se ha hecho) realidad, pero esto era nuestra razón de ser y lo sigue siendo, el soplo de inspiración que nos llevó a buscar más allá de la sostenibilidad, que fluye a través de los esfuerzos de los demás y que nos acercó a nuestro objetivo final: convertirnos en una empresa que intenta hacer del mundo un sitio mejor.

La ilusión de Paulo se truncó en Ghana, donde enfermó de malaria cuando experimentaba con terraplenes y presas, y cinco meses después murió en Brasil por complicaciones. Sin embargo, sus lecciones no se han quedado solo en eso; aunque idealistas, la mayoría se ha hecho (o se harán) realidad.

Lo más difícil de conseguir en el siglo XXI es una sociedad que no requiera la destrucción total del mundo a su alrededor para sustentarse. Hemos visto muchos proyectos que proporcionan ingresos económicos, medios de vida y un beneficio continuo a las personas y al ecosistema.

Cuando Paulo y yo conocimos a Gregory Landua, de Terra Genesis International (un equipo de asesores en permacultura), en San Francisco, nos dijo que había un nuevo término que definía bien de lo que hablábamos: “regeneración”. El concepto encajaba muy bien en la pregunta que rondaba nuestras cabezas: ¿es suficiente la sostenibilidad? Así que empezamos a usarlo para ampliar el concepto de permacultura, con el que la gente se sentía confundida o desorientada.

A partir de este punto, empezamos a pensar en cómo podíamos llevar el proyecto más allá del grupo de personas al que apoyábamos, para que pasase a toda la estructura comercial y tuviera así un mayor alcance.

Está claro que se trata de un proceso que avanza poco a poco. Sin embargo, el año pasado nuestros clientes compraron 100 hectáreas de plantación de palma en Sumatra, que ya han sido taladas. El proceso de restauración forestal ha comenzado en el 50% de la tierra, mientras que el otro 50% se destinará a la agrosilvicultura. En esta mitad se plantarán árboles y plantas de frutos comestibles, que actuarán como una forma más biodiversa de cultivar alimentos y generar ingresos para los agricultores que, engañados, se mudaron desde islas y pueblos vecinos para enriquecerse con el aceite de palma. Creo que este era el modelo que describió Paulo, para revivir los ecosistemas y sustentar a las personas en la próxima generación, la regeneración.

Ser sostenible, sostener, sugiere que la vida continúa a pesar de nosotros y nuestras acciones, pero regenerar ya es un marco de pensamiento totalmente nuevo. La regeneración significa que la vida prospera gracias a nosotros y con nosotros. Está la opción de forzar la situación para ir más allá de los patrones naturales y los límites de la vida hasta que, como los astronautas, que se quedan a la deriva en el espacio, sea demasiado tarde para salvarnos. O, existe una alternativa que es volver a abrirnos paso dentro de los límites para utilizar soluciones equilibradas y pragmáticas que permitan que la vida prospere.

Este es un problema de diseño y no de naturaleza humana. Hemos creado una sociedad desde nuestra imaginación e ingenio. Sin embargo, esa imaginación estaba mal informada y limitada. Ahora necesitamos una ‘actualización del sistema’, pero una importante, que permita los cambios necesarios y la regeneración puede jugar un papel fundamental en todo esto.

Me gusta imaginar un mundo en que las industrias surgen para limpiar los ríos y océanos, plantan bosques y nos permiten vivir en armonía con el mundo. Para mí lo demás no tiene sentido.

¿Es una idea utópica? Sí ¿deberíamos luchar por conseguirla de todas formas? Probablemente sí, porque… ¿Por qué no?

El Premio Lush Spring, organizado por Lush y la cooperativa Ethical Consumer Research Association, ofrece una dotación económica de 200.000 libras y otras actividades de apoyo, para ayudar a proyectos de todo el mundo que luchan por conseguir la regeneración ambiental y social.

Lo más difícil de conseguir en el siglo XXI es una sociedad que no requiera la destrucción total del mundo a su alrededor para sustentarse.

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La historia de la regeneración para Lush

Todo empezó con una pregunta: ¿Y si la sostenibilidad no fuera suficiente?

Eso es lo que se me vino a la mente cuando regresé al Reino Unido, después de visitar Sumatra, Indonesia. Allí pude ver el impacto del aceite de palma, una planta no nativa que se usa para todo: desde los dulces hasta la gasolina. Un árbol milagroso, si no fuera porque para plantarlo hay que arrasar el bosque virgen.

En Singapur asistí a una conferencia que celebró la Mesa Redonda sobre Aceite de Palma Sostenible (RSPO, por sus siglas en inglés), una organización que agrupa empresas y asociaciones sin ánimo de lucro que debaten sobre cómo hacer la palma sostenible y me sentí completamente decepcionado.

He visto con mis propios ojos el impacto que tiene esta palmera sobre el paisaje, la inconcebible cantidad de tierra que se erosiona y se quema para plantar hileras ordenadas de palma, que sustituyen a la selva nativa, donde antes había especies raras de aves, como los cálaos; también, los árboles más biodiversos del planeta, que ahora han desaparecido y con ellos, los elefantes y rinocerontes salvajes que buscaban comida debajo; así como los orangutanes, que ya no saltan de rama en rama. Los cultivos de palma de un solo uso ocupan ahora este paisaje.

Si a ese panorama se le podía llamar “sostenible” entonces estaba claro que lo íbamos a perder todo. Así que algo empezó a crecer en mi mente.

Por supuesto, es fácil tomar esa postura desde un país, una industria y un punto de vista privilegiados. Por eso, y casi de inmediato, comencé a escuchar los desplantes: «Pero eres del Reino Unido, allí cortáis los bosques para vuestro propio beneficio y ahora nos estáis impidiendo hacer lo mismo» o «trabajas en un negocio, sabes que no es tan simple, necesitamos ganar dinero”.

Durante algún tiempo, estos comentarios me paralizaban: ¿Quién era yo para juzgar las acciones de otros y su forma de vida? O, como papá (Mark Constantine, cofundador de Lush) siempre dice: “Nunca rompas el bol de arroz de otra persona”, así que decidí entender la situación lo mejor posible y aprender sobre la marcha.

No sabría decir con qué experiencia he aprendido más. Puede que haya sido el hecho de conocer a las personas que viven en el abrasador Sahara, en el norte de Ghana o en el sur de Marruecos, debido al cambio climático; presenciar la tala ilegal de árboles en la Amazonía peruana; o escuchar el impacto que tiene la colonización en las personas indígenas de Australia y Canadá. Una lista que sigue y sigue.

Un buen día conocí a un amigo que lo cambió todo, Paulo Mellett. Llegó a la empresa a través del amor y la pasión, y aquí conoció a la que pronto se convertiría en su esposa, Ruth. Con algunas cicatrices de guerra, acababa de salir del campamento de guerreros ecológicos, donde Greenpeace lo había entrenado para escalar centrales eléctricas de carbón.

En la cima de su carrera como activista, Paulo apareció en la portada de un periódico nacional, ondeando una bandera sobre las Casas del Parlamento de Londres. Era una persona carismática por naturaleza (tal y como lo imaginas) y tenía un gancho que no lo tenía nadie.

Paulo fue bastante claro sobre una cosa: el activismo nunca iba a cambiar el mundo sin un factor clave y, para explicarlo, citó a Buckminster Fuller: «Para hacer que el sistema se quede obsoleto, hay que reemplazarlo por uno nuevo».

A partir de ahí, dejó las acciones directas y se centró en construir soluciones, en vez de luchar contra los problemas.

Paulo se enfocó entonces en la permacultura, un movimiento que nació en 1970, década en la que se produjo el despertar de la conciencia ecológica mundial. Dos australianos decidieron fusionar sus conocimientos con el saber local, la ciencia moderna y la agricultura para crear una ciencia llamada agricultura permanente.

La permacultura ha sufrido muchas reinvenciones, pero en el fondo se trata de un manual de diseño que explica cómo aprovechar el poder y los patrones de la naturaleza en beneficio de la agricultura; así, es posible conseguir un uso mucho más sensato de los recursos de la Tierra. Esta ciencia que fue una unión de lo antiguo y lo moderno, nació con la observación. Así es como me lo vendió Paulo, con quien me embarqué en un viaje de descubrimiento poco después; solía llamarme su facilitador.

Juntos reunimos una pequeña cantidad de dinero para poder buscar y financiar a aquellos que querían vivir con la naturaleza, y no solo de ella. El proyecto era idealista y los primeros años fueron emocionantes, ya que creamos el fondo Sustainable Lush (SLush). Sin embargo, una vez más, habíamos caído en la trampa de usar el término «sostenibilidad», cuando en realidad asistíamos a la restauración y regeneración de los sistemas ecológicos y sociales, lo que se traducía en una mayor prosperidad para todos. Satish Kumar, ecologista y editor de la revista Resurgence, solía describir la regeneración como:

Un juego armónico de “tierra, alma y sociedad” (Soil, Soul and Society), que se entrelazan para crear un futuro equilibrado.

Mientras Paulo y yo continuábamos explorando SLush, comprobé de primera mano que con el uso adecuado de la tierra, incluso los ríos al borde de la sequía pueden recuperarse, solo hay que plantar, de forma cuidadosa, árboles nativos (que estabilizan las riberas y ralentizan la liberación de agua a las corrientes). También vi que plantando cultivos de manera que se respete la naturaleza, te beneficias de lo mismo que hace un bosque; y, más allá de conseguir temperaturas y precipitaciones uniformes, estás poniendo los cimientos de la fertilidad y la biodiversidad.

He visto bosques que producen más alimento que una cosecha solitaria cocinándose bajo el sol. Por supuesto, todo fue un proyecto experimental y no todo lo que Paulo y yo esperábamos que pasase se hizo (o se ha hecho) realidad, pero esto era nuestra razón de ser y lo sigue siendo, el soplo de inspiración que nos llevó a buscar más allá de la sostenibilidad, que fluye a través de los esfuerzos de los demás y que nos acercó a nuestro objetivo final: convertirnos en una empresa que intenta hacer del mundo un sitio mejor.

La ilusión de Paulo se truncó en Ghana, donde enfermó de malaria cuando experimentaba con terraplenes y presas, y cinco meses después murió en Brasil por complicaciones. Sin embargo, sus lecciones no se han quedado solo en eso; aunque idealistas, la mayoría se ha hecho (o se harán) realidad.

Lo más difícil de conseguir en el siglo XXI es una sociedad que no requiera la destrucción total del mundo a su alrededor para sustentarse. Hemos visto muchos proyectos que proporcionan ingresos económicos, medios de vida y un beneficio continuo a las personas y al ecosistema.

Cuando Paulo y yo conocimos a Gregory Landua, de Terra Genesis International (un equipo de asesores en permacultura), en San Francisco, nos dijo que había un nuevo término que definía bien de lo que hablábamos: “regeneración”. El concepto encajaba muy bien en la pregunta que rondaba nuestras cabezas: ¿es suficiente la sostenibilidad? Así que empezamos a usarlo para ampliar el concepto de permacultura, con el que la gente se sentía confundida o desorientada.

A partir de este punto, empezamos a pensar en cómo podíamos llevar el proyecto más allá del grupo de personas al que apoyábamos, para que pasase a toda la estructura comercial y tuviera así un mayor alcance.

Está claro que se trata de un proceso que avanza poco a poco. Sin embargo, el año pasado nuestros clientes compraron 100 hectáreas de plantación de palma en Sumatra, que ya han sido taladas. El proceso de restauración forestal ha comenzado en el 50% de la tierra, mientras que el otro 50% se destinará a la agrosilvicultura. En esta mitad se plantarán árboles y plantas de frutos comestibles, que actuarán como una forma más biodiversa de cultivar alimentos y generar ingresos para los agricultores que, engañados, se mudaron desde islas y pueblos vecinos para enriquecerse con el aceite de palma. Creo que este era el modelo que describió Paulo, para revivir los ecosistemas y sustentar a las personas en la próxima generación, la regeneración.

Ser sostenible, sostener, sugiere que la vida continúa a pesar de nosotros y nuestras acciones, pero regenerar ya es un marco de pensamiento totalmente nuevo. La regeneración significa que la vida prospera gracias a nosotros y con nosotros. Está la opción de forzar la situación para ir más allá de los patrones naturales y los límites de la vida hasta que, como los astronautas, que se quedan a la deriva en el espacio, sea demasiado tarde para salvarnos. O, existe una alternativa que es volver a abrirnos paso dentro de los límites para utilizar soluciones equilibradas y pragmáticas que permitan que la vida prospere.

Este es un problema de diseño y no de naturaleza humana. Hemos creado una sociedad desde nuestra imaginación e ingenio. Sin embargo, esa imaginación estaba mal informada y limitada. Ahora necesitamos una ‘actualización del sistema’, pero una importante, que permita los cambios necesarios y la regeneración puede jugar un papel fundamental en todo esto.

Me gusta imaginar un mundo en que las industrias surgen para limpiar los ríos y océanos, plantan bosques y nos permiten vivir en armonía con el mundo. Para mí lo demás no tiene sentido.

¿Es una idea utópica? Sí ¿deberíamos luchar por conseguirla de todas formas? Probablemente sí, porque… ¿Por qué no?

El Premio Lush Spring, organizado por Lush y la cooperativa Ethical Consumer Research Association, ofrece una dotación económica de 200.000 libras y otras actividades de apoyo, para ayudar a proyectos de todo el mundo que luchan por conseguir la regeneración ambiental y social.

Lo más difícil de conseguir en el siglo XXI es una sociedad que no requiera la destrucción total del mundo a su alrededor para sustentarse.

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